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¡Cuánto me alegro!

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 30 de septiembre de 2021, 03:50h
Acabo de recibir un mensaje al móvil de un pequeño amigo al que conocí como monaguillo en la Parroquia del Perpetuo Socorro, en Finca España, cuando aún no había hecho la primera comunión. Me dice que el 9 de octubre se ordenará sacerdote. ¡Cuánto me alegro!

Lo curioso es que parece que el tiempo no ha pasado tan rápido ni que hace tanto tiempo de aquello. Y sin embargo hemos crecido todos y envejecido un poco. Y leer el mensaje me ha trasladado a aquel rostro inquieto y activo que me hacía recordar mis esfuerzos por alcanzar el altar de la iglesia de la Candelaria en Icod de los Vinos.

Soy consciente de la irrelevancia social que tiene este hecho. Un cura es un cura y la ordenación de Héctor es la ordenación de otro cura. Unos se sorprenderán de que aún haya quien se plantee esta forma de vida y esta original manera de servicio al prójimo. Otros lo colocarán en la caja de los eventos indiferentes de los que somos testigos. Tal vez algunos agradezcan a Dios que siga habiendo quienes le entreguen sus huesos de por vida para hacerle presente aquí y ahora. De cualquier forma, yo me alegro muchísimo.

Independientemente que se considere que la vida sacerdotal un don para los católicos, quiero reconocer el valor de esta alternativa cultural que hace este muchacho. Porque él sabe que no va a asumir una labor que le genere aplauso fácil y vida cómoda, aunque algunos crean lo contrario. Es más, va a tener que arrastrar los tópicos comunes que han cristalizado en la cultura dominante que imagina su identidad como un ser calvo, gordo y envuelto en la negra sotana, en las viñetas de los chistes fáciles. Pero hay algo potente, inmensamente potente, que ha hecho reventar su corazón y que lo ha hecho capaz de decir que sí.

Aquellas palabras de Jesús en el lago de Galilea a los apóstoles siguen siendo hoy igual de elocuentes: “Rema mar adentro”. Más allá de lo previsto, más adentro, separado de la orilla en la que todos se mojan los pies sin peligro. Mar adentro, donde las aguas se encrespan y las olas asustan. Allí donde la única seguridad parece estar dormida en la popa de esta barquita singular. Una invitación al riesgo, a la valiente y desinteresada opción de ir siempre más allá de lo común y dejarse sorprender por el espectáculo de la luna y las estrellas.

Bastaría que una sola persona fuera capaz de probar la dulzura extraordinaria del amor divino para que haya tenido sentido la vida entregada de un sacerdote. ¿Quiénes no hemos visto estos días, no sin cierta empatía, al párroco de El Paso, en la Palma que, con su carga de años a la espalda, nos ha ofrecido el rostro solidario de la serenidad? O ¿quién no se ha dejado conmover por la juventud y entereza emocionada del cura de Todoque que, con su templo escondido ya bajo la lava, nos ha enseñado a estar cercanos y a saber consolar lo inconsolable? ¿Quién no ha sentido que el Párroco de Tazacorte no ha convertido su labor en Cáritas arciprestal como tarea desbordada e inesperada estando siempre disponible? Y solo cito a los que han salido en los medios, porque detrás y ocultos conozco a esos otros 20 curas que atienden todos los rincones de la Isla sin ruido y con entrega.

Hubo un día en el que todos ellos, si no por mensaje de WhatsApp por otros medios, con el corazón encogido por la emoción, dijeron lo mismo que Héctor. “Con alegría te informo que seré ordenado sacerdote…”.

¡Cuánto me alegro!

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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