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Covid19: Otros efectos colaterales

Por José Luis Azzollini García
lunes 13 de diciembre de 2021, 17:34h

Antiguamente cuando alguien se acercaba a la ventanilla de algún organismo público, era frecuente recibir como respuesta aquello de “vuelva Usted mañana”. También era muy normal, que nos pidieran la póliza pertinente, que solía ser, justamente, la que no habíamos comprado. Y, así un buen montón de trabas que conseguía que fuera inusual resolver un trámite en un solo día.

Gracias al trabajo de mucha gente implicada en ir resolviendo todo lo concerniente a la burocracia de la Administración Pública, todo eso es parte, ya, de la historia de nuestro País.

Pero hay situaciones que, sin llegar al nivel de antes, se asemejan con una exactitud casi milimétrica.

Primero fue con la llegada de los ordenadores a nuestras vidas y también a la propia administración. Llegábamos al mostrador de turno, poníamos sobre la mesa un tocho de documentos que, solamente verlos, ya predisponía a que nos miraran con “cara de pocos amigos”, y cuando respirábamos porque tras la primera revisión visual se nos decía que estaba todo lo necesario para llevar a cabo nuestro trámite, se reproducía el “vuelva Ud. mañana”, pero en esta ocasión, con una forma más técnica:

  • ¡Vaya caramba!, estos trastos no funcionan. La red, se ha caído.
  • Lo Lamento, pero va a tener que volver en otro momento, porque el ordenador no funciona. ¡Cosas de las nuevas tecnologías! Y, hasta nos ponían carita de lástima.

En la época que nos toca vivir ya no se trata de alguien de la Función Pública con cara destemplada, o de caídas de la red. No, hoy nos ha tocado lidiar con un virus malicioso que además de hacernos la vida imposible o traernos la desdicha en forma de fallecimientos a muchos hogares; está consiguiendo paralizar mucho de lo que ya se había conseguido en tramitación y organización pública. También ha afectado a aspectos relacionados con la actividad comercial privada. A esto último es a lo que me refiero cuando he fijado el título de este artículo que www.canariasdiario.com ha tenido a bien en publicar.

Antes, en la sanidad pública, se solicitaba cita con el médico y telefónicamente te marcaban la fecha y hora a la que debías acudir a la consulta. Eso tras el confinamiento ha cambiado considerablemente. Ya se te recomienda que se hagan “visitas telefónicas”. ¿Qué se ha conseguido con esta nueva modalidad de la llamada telefónica? Pues ni más ni menos que a muchos médicos les esté sobreviniendo un estrés añadido cuyas consecuencias las sufre la población además de ellos mismos. Tú llamas al 012, pides la cita, te la marcan telefónicamente y el galeno/a, te llama a ti.

  • Dígame que le ocurre (te dicen, después de dar las buenas horas e identificarse).
  • Buenas, mire que cuando toso, me duele mucho el pecho y, a veces, me cuesta respirar.
  • Haga esto o lo otro, aunque creo que lo mejor será que le dé cita presencial… para el día (X). Dos intervenciones para una misma cosa.
  • Muy, bien. Muchas gracias y, mire, aprovechando que lo tengo en línea, podría mirarme…. Y, aquí comienza una relación telefónica al más puro estilo de las “consulta de la Dra. Francis”.

Que digo yo, si quien te atiende a la hora de pedir la cita actuara a modo de triaje, vería claramente si necesitas consulta presencial o si te vale con la modalidad telefónica.

Hay muchos más casos en los que se podría debatir sobre la idoneidad del uso de tanta cita telefónica, pero prefiero consumir estas páginas con otros casos de daños colaterales. Sin ir más lejos, en estos momentos me encuentro inmerso en solucionar papeleos con la Administración y, naturalmente hay que pedir cita previa -hasta hace nada de tiempo, se podía pedir la cita en las mismas oficinas donde querías ir-. Lo puedes hacer telefónicamente, esperando bastante a que te atiendan, o hacerlo tú mismo/a vía internet. Si optas por este otro camino, lo único que hay que saber es que tal vez no te estés tan al tanto como pensabas, de los pasos a dar o de qué gestión has de poner para resolver lo tuyo. Una vez que tengas la cita concedida, esperas el turno pertinente y te presentas en el lugar. Encontrarás un lugar anormalmente vacío, donde te van atendiendo según horario fijado. Te atenderán divinamente, pero se te quedará una cara de pensamiento esdrújulo al pensar que tú has estado esperando una o dos semanas y en los ratos entre cita y cita telemática, te podían haber solucionado tu papeleta.

Alguien podría pensar que esto solo ocurre en lo público, y se equivocaría de la <A> a la <Z>, pues lo privado ha sabido, igualmente, acercarse a estas ascuas para sentir el calorcito de lo “chachi piruli”. Los bancos, sin ir más lejos, han visto el camino ideal para terminar de cargarse de un plumazo telemático una cantidad infinita de sucursales. Hace tiempo te trataban de convencer de lo magnífico que era aquello que sonaba tan raro del “banco en casa”. Hoy ya no se trata de convencerte sino que, en virtud del virus de las narices, se les ha abierto el camino para que uno mismo/a se dé cuenta de que lo de tener acceso a tu cuenta corriente haciendo uso del ordenador y/o de los nuevos y maravillosos teléfonos móviles, ya no es un consejo sino una necesidad; si no quieres verte, claro está, metido en el laberinto de las citas previas o de las esperas por fuera de las pocas oficinas que aún quedan abiertas. ¿Qué no son tan pocas? Cuando el cajero de tu área -el único que habrá de tu banco- te diga que está fuera de servicio y que vayas al siguiente más cercano que está a tomar vientos, ya me contarás.

Pasa en todos los sectores. También la restauración sufre el síndrome “covidiano” o “síndrome de la covid19 de las narices”. No es que tengas que solicitar cita previa a modo de reserva de mesa, que también, sino que se están ahorrando el uso de cartas que permitían valorar la oferta gastronómica, mejor que el nuevo sistema “vidi”. Además, en virtud de las “medidas de prevención”, se han sacado de la manga el tener que cobrar por adelantado para minimizar el contacto con la gente. No pongan esa cara de extrañeza, pues esto ha sido lo que nos han contestado a un amigo y a mí en una cafetería-pastelería de La Laguna en días pasados. El proceso normal sería: primero atender en la mesa y tomar la comanda, después te sirven lo solicitado, lo consumes y pides la cuenta. Te la traen, la pagas y te devuelven el sobrante. En este sitio concreto, la cosa la han modificado, insisto, con la excusa de las medidas preventivas de la covid19: Vas al mostrador, pides lo que deseas consumir, pagas la factura, y te lo sirven en la mesa que, afortunadamente, no te hacen limpiar, al menos, de momento. Gracias a Dios esto no es así en todas partes. También han asignado, en algunas cafeterías, un tiempo para el consumo de cada bebida, con lo que consiguen una rotación de clientes bastante interesante. ¿Para aprovecharse y vender el doble de lo que vendían en condiciones normales? ¡Qué va! Es para conseguir que el mayor número posible de clientes accedan al ansiado “cafelito” mañanero porque las medidas preventivas obligan a un número determinado de comensales al mismo tiempo. Eso sí, da igual que la restricción vaya disminuyendo su intensidad; el cartelito con los tiempos, permanece en los establecimientos donde se plantaron. ¡Seguramente se habrán olvidado de quitarlo! ¡Seguro que sí!

Hace poco en la terraza de un restaurante en la misma ciudad de La Laguna, un camarero me preguntó si iba a comer o a picotear, pues dependiendo de una cosa o de otra, podría optar por unir dos mesas de dos personas para convertirlas en un lugar de cuatro comensales. La explicación a su “cuestionario” vino, y resumo, de la mano de las medidas covid19. Naturalmente, no me convencieron a mí, ni hubieran convencido a nadie, pero sí que me sirvió para poner una crucecita en el apartado de “ni se te ocurra volver a ese sitio” de mi agenda particular.

Creo firmemente en las medidas preventivas. Me he vacunado pensando positivamente en esa prevención de la que hablo. Pero también soy observador y lo que veo, cada vez me gusta menos.

Porque una cosa es una cosa y, otra, son dos.

Ese número par es una variable, que requiere de un consenso a la hora de tomar decisiones que atañen a ambas partes. En caso contrario, estaríamos hablando de una imposición y vale aceptarla en el momento álgido de la Pandemia; pero pretender, después, aprovecharse de la situación, es no apostar por la “normalidad”. Y, yo al menos, no estoy por la labor.

A los impositores de los otros efectos colaterales de la covid19, -públicos o privados- que sepan que ya empieza a notarse el “tufillo” a “agua empozada”.

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