Oficialmente, la competencia histórica es esencial para formar ciudadanos informados y críticos, capaces de comprender la complejidad del mundo y contribuir al diálogo y la toma de decisiones informadas en la sociedad. Además, promueve el pensamiento reflexivo y la apreciación de la diversidad cultural y la evolución de las sociedades a lo largo del tiempo. Para saber si tenemos o no incorporada a nuestra vida esta competencia, entre los medios de reconocimiento, existe una capacidad básica: la capacidad de relació entre causa y efecto, o lo que es más comúnmente conocido como el principio de causalidad.
No es lógico que se repitan los efectos una y otra vez y no tengamos la capacidad de descubrir las causas. Esta competencia posee una importancia política extraordinaria. Un ejemplo sencillo: imaginen que la mayoría de los vehículos que entran en una ciudad se descubren con alguna rueda desinflada. Imaginen que los servicios municipales instalan, como solución, un taller de reparación de ruedas a la entrada de la ciudad. No creo que exista alguien que justifique la decisión sin antes descubrir el motivo por el que llegan los coches en esa situación. Tal vez sería más barato y oportuno realizar una limpieza de la carretera de acceso y eliminar los clavos que se derramaron por el accidente de un camión contenedor que iba a surtir una ferretería y desparramó varias cajas de clavos.
No existen efectos que no tengan causa. Lo que ocurrió ayer deja huellas hoy. Mis heridas de ayer son mis cicatrices de hoy. Y aquello que se percibe en nuestro entorno es consecuencia de situaciones y experiencias que fueron vividas en otros momentos. Para eso sirve el análisis y el estudio de la historia.
No se trata solo de no repetir los errores del pasado. El problema más grave es la incapacidad para no descubrir la realidad presente. Porque nos rodea una cantidad increíble de efectos y consecuencias y debemos saber leer sus causas. De esta manera ni nos dejamos engañar ni perdemos la perspectiva de sentido de lo real. Nosotros mismos somos consecuencia de causas pasados. Somos el resultado de un rosario enorme de situaciones que nos han traído aquí. Si no tenemos competencia histórica no seremos siquiera, capaces de conocernos a nosotros mismos.
La historia, por ese mismo motivo, no es una mirada hacia un pasado muerto, sino la mirada a una realidad viva que tiene pasado. Esta perspectiva es saludable. Cuando se entra en un museo no se contempla la obra de pintores muertos, sino la cultura viva de una sociedad que tuvo pintores creativos en su historia. Cuando se entra a la iglesia no se contempla un monumento del pasado, sino la casa de una comunidad viva que tiene pasado y huellas presentes de ese pasado.
La historia es el cordón umbilical que nos une a la matriz de nuestra realidad social y personal. Un hilo fino y hermoso, a pesar de los episodios grises del ayer. Porque lo mejor siempre está por llegar.