Hay palabras talismán que generan una aceptación general de tal manera que, al pronunciarlas embellecen cualquier expresión que le acompañe. Decimos deporte, y tal vez haya a quienes no les llame la atención; decimos deporte solidario y en todos se despierta una aceptación incondicional. La palabra solidaridad, es de esos términos especiales. Carrera solidaria, feria solidaria, encuentro solidario, agricultura solidaria o, incluso, maratón solidario.
En este tiempo de desescalada de la pandemia se escuchan con frecuencias felicitaciones a instituciones sociales indicando que han hecho un esfuerzo de solidaridad. Está siendo un tiempo duro que nos pide solidaridad. Pero esta idea de solidaridad no me gusta mucho, porque la convierte en algo extraordinario y puntual. Y, si somos moralmente humanos, la solidaridad no puede ser una moda. No hay momentos para la solidaridad. No podemos distinguir tiempos para la solidaridad. Porque la solidaridad es un principio ético universal, permanente y necesario de la convivencia social. Si no hay solidaridad, incluso cuando no hubiese pobreza y exclusión que solventar, no podríamos llamar humana a la sociedad.
En este mundo dividido y perturbado por toda clase de conflictos, aumenta la convicción de una radical interdependencia, y por consiguiente, de una solidaridad necesaria, que la asuma y traduzca en el plano moral. Hoy, quizás más que antes, las personas se dan cuenta de tener un destino común que construir juntos, si se quiere evitar la catástrofe para todos. El bien, al cual estamos llamados, y la felicidad a la que aspiramos no se obtienen sin el esfuerzo y el empeño de todos, sin excepción; con la consiguiente renuncia al propio egoísmo.
Por esto que les digo, no me gusta la definición del diccionario de la RAE cuando indica que la solidaridad es la adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros. Prefiero, aunque sea más larga, otra definición: La solidaridad es también una verdadera y propia virtud moral, no un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. La solidaridad se eleva al rango de virtud social fundamental, ya que se coloca en la dimensión de la justicia, virtud orientada por excelencia al bien común, y en la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a perder algo por el otro en lugar de explotarlo, y a servirlo en lugar de oprimirlo para el propio provecho.
Es, por tanto, un principio permanente y estable. Es el ADN de una sociedad civilizada. Es parte integrante de los pliegues naturales de una sociedad democrática. Todos y siempre hemos de enarbolar la bandera de la solidaridad te tal manera que podamos definir el concepto diciendo: «la solidaridad es la sociedad que ha superado su nivel tribal y ha encontrado su identidad moral».