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Cara y cruz

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 26 de octubre de 2023, 06:00h

Todas las monedas tienen dos caras, aunque a una de ellas se le denomine “cruz”. La cara y la cruz, como la misma realidad que, en ocasiones, por su dimensión poliédrica, tiene más caras aún. Anverso y reverso, la paradoja dicotómica de la realidad. Bondad y maldad, belleza y fealdad. Ya sabemos que todo es más complejo que una disyuntiva dilemática, porque lo real es, más bien, problemático; pero el claroscuro de la que vivimos nos anuncia que existe la luz y las tinieblas, el bLanco y el negro, el fondo y la figura… La cara y la cruz.

Pasa sobre todo cuando reflexionamos sobre los derechos humanos. El reconocimiento institucional, internacionalmente jurídico de los mismos, ha llegado a convertirse en clave de identidad de las reivindicaciones sociales más variopintas. Se reclaman, se defienden, se gritan y reivindican. Y es saludable que se haga así; pero no podemos olvidar que detrás de la cara de los derechos está la cruz de los deberes. Y que el respeto a los derechos humanos exige que sean “debidamente” respetados por quienes los tienen como responsabilidad.

Una sociedad que solo reivindica derechos, escondiendo inconscientemente detrás del diván de su individualismo los deberes, no es sana. El profesor López Quintás decía que existen términos talismán y otros que no gozan de esa distinción y son considerados, independientemente de su significado, como negativos. Y entre derechos y deberes, lo talismán está en la primera parte de la paradoja. Los derechos garantizados aparecen como el espacio de lo positivo.

Y, tengo para mí, que los derechos inherentes a todo ser humano lo son en la medida en que son reconocidos teóricamente y asumidos como respetables como deberes sociales por todos. Si existe el derecho a la alimentación, al trabajo o la vivienda, indudablemente llevará consigo que en la sociedad nos consideremos en el deber de garantizarlos. Porque el bien reconocido es un bien teórico y solo el bien comprometido es un bien real y posible.

¿La gallina o el huevo? ¿Los derechos o los deberes? No hay un antes y un después, sino una concomitada necesidad mutua de reconocimiento. Detrás de todo derecho hay un deber. Es más; el derecho de los padres a la educación de sus hijos lleva consigo el deber de educar a sus hijos. No solo el deber está en los demás, sino que está inscrito, como prospecto de buena praxis, en el contenido de todo derecho.

La locura viene cuando a fuerza de estirar los derechos olvidando los deberes convertimos en derecho lo que solo puede existir como deber. Es lo que nos está ocurriendo con el deber de proteger la vida humana que proclama el artículo tercero de la Declaración. Todo ser humano tiene derecho a la vida. Y nos hemos atribuido el derecho a decidir qué vida tiene ese derecho y qué vida no. Tal vez esta deriva nace de la miope actitud de mirar solo la cara de las monedad olvidando que siempre existe una cruz al otro lado.

Ya sabemos que la vida no ocurre sobre un tablero horizontal cuadriculado en el que cada cual se mueve con el mismo movimiento permanente y ordenado. La vida es más compleja, más complicada. Pero a pesar de ello, la cara y la cruz, los derechos y deberes, reconocidos y respetados son partes ineludibles de la vida social.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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