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Boicot

Por Daniel Molini Dezotti
domingo 18 de diciembre de 2022, 06:00h

Recibo una invitación para sumarme al reproche a FIFA y a las delegaciones que la sustentan, rigiendo el fútbol nacional e internacional que lo llevaron al sitio donde está ahora, Catar, escondido detrás de intereses espurios y delitos.

En la petición, donde no se introducen adjetivos que adornen la catadura moral de los dirigentes que espantaron el juego limpio, se les solicita que suspendan las jornadas de las ligas que se estén jugando y todas las definiciones de los torneos internacionales, entre las que, por supuesto, figura la final del campeonato del mundo, hasta que no se aclare la situación del futbolista iraní Amir Nasr Azadini.

Iniciada en Madrid, al menos el documento que yo firmé, declara: "Amir Nasr Azadini es el orgullo de los futbolistas, él no vive en su mundo de cristal, separado de los dramas sociales como casi todos los más famosos e incluso los que no lo son pero cobran un gran sueldo. Él ha sacado la cara por los seres humanos de su país y ha conseguido a cambio una sentencia de muerte. En otra petición se recogen firmas para que el gobierno iraní aborte ésta y todas las condenas a muerte pero en ésta exigimos que sus compañeros de oficio de todas las competiciones paralicen inmediatamente las ligas donde compiten. Ganaremos una vida y activaremos muchas otras que viven en su cómoda realidad."

¿Cómo no suscribir algo así?

Curtido en la desconfianza quise saber algo más de este deportista, enterarme de sus acciones, su proceso, la razón de su condena, desgracia que comenzó tras la muerte de Mahsa Amidi, maltratada hasta el último suspiro por no llevar convenientemente los atuendos femeninos, de acuerdo a las reglas que dictan los hipócritas seguidores de la virtud.

Que tal despropósito con final trágico desencadenara protestas no debería haber escandalizado a nadie, excepto a los que hacen las normas siguiendo criterios oprobiosos, o veredictos como los del juez Asadola Yafarí, capaz de condenar a muerte y colgar de grúas a luchadores, músicos, o gente con sensibilidad, valientes para revelarse frente a delitos como los de "corrupción en la tierra", "enemistad con Dios" o "participación de asesinato de agentes de seguridad"

El manipulado tribunal que preside Yafaŕi, ¿supremo?, concluyó que el acusado Amir Nasr Azadini, al que nadie consiguió ver o entrevistar, ha "confesado", que cámaras y videos que nadie vio lo "muestran", y documentos que nadie leyó lo "certifican."

Lo que está sucediendo en Isfahan, ciudad de Irán con tesoros y cultura que enriquecen el Patrimonio de la UNESCO, es difícil de aceptar.

Su justicia, desnortada, no hace honor a su nombre, dotada de un plato de la balanza repleto de sujetos capaces de convalidar leyes aberrantes, castigar por ellas y haber transformado la compasión en un peligro más que en una virtud.

Eso lo sabe la familia de Toomaj Salehi, condenado por "asesino" igual que el anterior, por los mismos motivos, cuando el verdadero es lo que canta, lo que dice, lo que denuncia: "Si viste el dolor de la gente pero apartaste la mirada / Si viste la represión de los oprimidos pero pasaste de largo / Si lo hiciste por miedo o por tus propios intereses... / Sin tus encubrimientos este régimen está incompleto / Irán tiene tantas prisiones en las que cabríais todos.../

El régimen desprecia, reprime, "ajusticia" sin atender reproches, les resbalan las repulsas, exigencias o pedidos de clemencia. No obstante, si el mundo entero los reprobase, si el clamor fuese unánime y les dijera "¡Basta ya!" podrían sentirse vulnerables.

Ojalá que la FIFA grite algo, ojalá las celebridades de la pelota se expresen, ojalá aparezca un símbolo, un gesto, algo que demuestre humanidad, solidaridad por los que están en riesgo.

Si no lo hacen, me encantaría que todos los televisores del planeta se pusiesen, voluntariamente, en modo oscuridad, un boicot con todas las letras, porque de ese modo, a la sombra de la vergüenza, se estaría disputando algo más que una final de un campeonato del mundo."

Leo lo que escribo y me doy pena: ¡menuda ingenuidad!

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