“Arura despide con resignación y orgullo a Saleh al Aruri, su hijo más célebre: Sabía que lo iban a matar”. Así abre hoy El País con un titular que no se sabe si es laudatorio, luctuoso o un homenaje de reconocimiento a la acción terrorista. Últimamente leo ese periódico para adivinar cuál es la postura del Gobierno, tanto en sus estrategias internas como en su posicionamiento en política exterior. Si a esto le sumamos las dos felicitacioes que ha recibido de Hamás y de los huties yemeníes, parece más un gesto de cortesía que devuelve el cumplido a quienes, al parecer, se han convertido en los héroes de cierta izquierda internacional recientemente resucitada.
No quiero decir con esto que no tengan derecho a ensalzar a quien decidan hacerlo, pero resulta, al menos curioso, que estas cosas no se disimulen mientras se está abjurando por las esquinas los supuestos pactos con Bildu, como si fueran san Pedro negando a Jesús. Claro que en democracia todos tienen el legítimo derecho a acceder al gobierno, aunque su pasado esté manchado por la acción terrorista, como dice Óscar Puente, que en los tiempos recientes se ha convertido en una figura del toreo. Pero en algunos casos este reconocimiento se transforma en una operación de blanqueo a formas que han sido condenadas por los organismos internacionales, al menos aquellos con los que siempre hemos estado alineados.
Ahora nos situamos en el lado contrario y las víctimas han pasado a ser los verdugos, o al revés, que tanto da. Lo que antes era objeto de reproche ya no lo es. De golpe y porrazo nos hemos olvidado de Charlie Hebdó, de los atentados en la sala de fiestas de París, de las amenazas a Salman Rushdie, de las mochilas de Atocha, de las Torres Gemelas y de tantas acciones indiscriminadas y salvajes contra la población civil en todos los rincones del planeta, incluyendo al mundo islámico, donde volaban autobuses cargados de inocentes, se derribaban aviones y las bombas reventaban en los supermercados.
Todo esto ha dejado de ser un crimen porque ahora conviene pasarse al otro lado, para poder gritar a gusto aquello de “vosotros, fascistas, sois los terroristas”. Esto no es nada nuevo porque en los años que tengo lo he visto muchas veces. La novedad es que esté amparado por el Gobierno de mi país y que haya pasado a las cabeceras de los medios de comunicación, que antes consideraba fiables y que hoy han sido arrendados a la insidia.
Adolfo Suárez decía en la Transición que había que hacer normal a lo que a nivel de calle era normal. Ahora estamos entrando en la llamada nueva normalidad y pretendemos hacer normal a aquello que no lo era, todo para ser legitimado por un estado de opinión donde se manipulan los sentimientos, la muerte de un terrorista se califica de asesinato y están a punto de declararse tres días de luto.