Anthropologiam et scientia humana ex
Por
Juan Pedro Rivero González
jueves 27 de mayo de 2021, 11:05h
Perdonen el título. Quiere decir algo así como «Antropología, y conocimiento de lo humano». Seguro que encierra algún fallo, porque ¿quiénes somos nosotros para despertar a un muerto y esperar entenderle bien? Además, si apenas somos capaces de conocernos a nosotros mismos, ¿cómo vamos a pretender dominar el conocimiento de lo que nos hace peculiares a todos los seres humanos frente al resto de la realidad? Siempre será una aproximación.
Pero es un esfuerzo que vale la pena y tiene altos niveles de repercusión, entre otros aspectos, en el ámbito educativo. Porque ¿qué vamos a ayudar a sacar del fondo de las posibilidades de otros si no respiramos una verdad aproximada a lo que podemos llegar a ser? Bienvenidos sean los estudios de antropología si se vacunan contra la terrible pandemia de la uniformidad ideológica.
Ha habido muchos esfuerzos al respecto. Algunos de los cuales han quedado plasmados en la Declaración Universal de los Derechos humanos, momento en el que la humanidad puso el listón de la civilización a una altura extraordinaria. Ya en su preámbulo se lee «(…) que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana». Partir de que lo que somos no es una concesión de otros sino que está en la propia identidad intrínseca de lo que somos es ya una aproximación antropológica digna de ser recordada.
Me quiero detener en la afirmación que hace los seres humanos como pertenecientes a una familia humana. Esta afirmación nos hace superar la comprensión tribal de las personas. Somos culturalmente plurales, de razas distintas, pero miembros de la familia humana. No está lejana esta expresión a la fundamentación de los derechos humanos en la existencia de un origen familiar, una paternidad y maternidad originales que nos hacen ser miembros de una familia humana. Resuena la convicción judeocristiana del origen divino de la creación que nos sitúa a imagen y semejanza de Dios. Familia humana a imagen de la familia de Dios, miembros de ella y artífices de nuestro propio destino, pues conocer y elegir, o sea, ser capaces de amar y ser amados nos ofrece una definición antropológica de cercanía.
En una familia me pueden pisar el cayo, y nos podemos enfadar y discutir; pero una familia es una familia en la que hay aspectos que llaman a la reconciliación permanentemente. Es una buena imagen la que nos ofrece el preámbulo de la Declaración. Somos familia.
Pero la realidad contrasta con lo que la humanidad ha declarado. Porque -hemos de ser sinceros- no vivimos como si fuéramos familia. Ni siquiera primos lejanos. A veces ni buenos vecinos. Hacemos resonar aquello de “cada uno en su casa y Dios en la de todos”, sin darnos cuenta que habitamos una Casa Común que no tiene más puertas que las que nosotros le queramos poner. Nos huele fuerte lo de bien común cuando va más allá de nuestras fronteras. Cuando se trata de globalización financiera no nos preocupa mucho que circulen las divisas y las inversiones; siempre que la circulación termine en nuestras plazas, hayan salido de donde hayan salido. Pero cuando se trata de la persona humana la consideración es diferente.
Es cierto que debemos respetar las leyes, que debemos garantizar el derecho internacional y la legalidad de las fronteras. Es cierto todo eso. Pero no podemos perder de vista que pertenecemos a una misma familia humana.
Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife
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